Sueño con Rebeca.
Alberto dirigió su mirada al reloj de la mesilla. Pufff…. Las 3,08 de la madrugada.
A pesar de que la noche estaba bastante fría, sudaba de una forma anormal.
Comenzó a recordar el sueño que había tenido y se fue formando en su cerebro una película que recorría lentamente cuadro a cuadro.
A los pocos segundos, se levantó de la cama y se dirigió a la salita donde tenía su ordenador, lo puso en marcha y comenzó a escribir. De esa forma, no se perdería ni un solo fotograma de su memoria.
Se vio en el domicilio de su amiga Rebeca, que a pesar de ser mucho mas joven que él, sus formas de ser y pensar eran muy similares.
Rebeca llevaba puesta una camisola azulada que le cubría solamente hasta su cintura, dejando al descubierto una preciosa barriga de embarazada que obligaba a su braguita a desplazarse hacia abajo y solamente se veía una pequeña porción de aquella prenda diminuta.
Sus piernas desnudas eran largas y bien formadas. Alberto contemplaba a aquella hermosa criatura que se movía inquieta por el salón, colocando cojines y moviéndose nerviosamente de un lado a otro.
- Tengo que preparar la bañera, me apetece darme un baño relajante, asi dormiré tranquila.
- Yo te la prepararé.
Alberto abrió el agua y esperó unos segundos viendo como la bañera comenzaba su lento llenado. Buscó entre los botes de sales y vertió una abundante cantidad de sales mezcladas, que al tener contacto con el agua, hicieron una pequeña espuma.
- Me voy, mañana vendré a verte a esta hora.
- Espera un rato, si quieres puedes hacer algo de cena mientras me baño. Tengo hambre pero no tengo ganas de cocinar.
Mientras Rebeca se metía en la bañera de agua caliente, el hombre fue a la cocina y comenzó a preparar una tortilla de patatas con unos trocitos de chorizo.
Preparó la mesa de la cocina, buscó una botella de vino tinto y la descorchó para hacer que se aireara mientras la tortilla se hacía.
-
Alberto, ven un momento, porfa.
Al entrar en el cuarto de baño, el hombre se encontró ante aquella hermosa criatura con una toalla enrollada en su cabeza y otra cubriendo su cuerpo hasta las axilas. Estaba sentada en el borde de la bañera, con las piernas abiertas y la toalla dejaba ver su desnudez de cintura para abajo.
Apartó la vista y pidió perdón, pero cuando iba a salir, la joven le miró.
-
Mira, me han crecido los pelillos en toda esta parte.
Mostraba la parte baja de su vientre y su región mas intima.
-
Tendrás que ayudarme a recortarlos, con esta barrigota no puedo verlos y no me gusta estar fea por esa parte de mi cuerpo.
-
Mejor déjalo, ya te lo arreglará tu marido cuando venga a verte el próximo sábado.
-
Por favor, Alberto, ayudame, o es que te gusta que este fea.
El ronroneo de la voz aniñada de Rebeca, puso nervioso al hombre, que no sabía que hacer.
-Mira, puedes recortar primero con una tijera haciendo la forma de triangulo invertido sobre el pubis y lo que queda alrededor me lo arrancas con cera, ya veras que facil es.
-
Rebeca, no creo que sea buena idea.
-
¿No me vas a ayudar? Entonces, ya lo haré yo como pueda, pero si me corto o me hago daño, tu serás el culpable.
-
Está bien, dime que quieres que haga.
-
Coge aquella bolsita azul del armario y ven conmigo.
Rebeca cogió de la mano a Alberto y se dirigió al dormitorio, Deshizo el nudo que había formado en la parte alta de su pecho con la toalla y la extendió sobre la cama, quedando completamente desnuda ante el hombre que comenzó a notar como la boca se le iba secando. No podía apartar la vista de aquellos hermosos pechos coronados por unos pezones oscuros y desafiantes.
Su vientre de siete meses de embarazo formaba una redondez perfecta bajo los pechos, y no permitía ver que había mas abajo.
Rebeca se sentó en la cama y abrió las piernas.
-
Me tumbaré para que puedas verme bien.
Dios mío, aquello era una visión maravillosa. A pesar de lo que decía Rebeca, el bello púbico formaba una figura geométrica perfecta encima de su coñito que provocaron en Alberto un deseo frenético de acercar a él su boca.
Notó un olor suave, todo el cuerpo de Rebeca desprendía un olor mezcla de jazmín y rosas.
Alrededor de la figura formada por su bello, habían crecido otros pelitos que daban cierto encanto a la zona.
Rebeca separó las piernas y con sus manos extendió hacia los lados la piel interna de sus muslos, dejando ver su rosado coñito que además de excitar a Alberto le puso nervioso.
-
Mejor lo dejamos.
-
¿Qué pasa, te asusta mi cuerpo? O no te gusta verme desnuda porque estoy embarazada?
-
Dejate de tonterias y acabemos cuanto antes.
La joven se dejó caer hacia atrás dejando las piernas desde las rodillas colgando fuera de la cama.
La visión era preciosa, pero Alberto empezó a sentir un sudor frio en su frente y una excesiva calentura en su interior.
Procuraba no tocar la piel de la joven, y con la tijera empezó a recortar los pelitos que sobresalian de la figura en forma de triangulo.
-
Vamos, no tengas miedo, y corta además los pelillos que sobresalen en la forma de la brasileña. Quiero que me hagas una obra de arte, y que este bien recortada.
Alberto fue separando con una mano la piel de aquella zona tan intima de su amiga y recortando con la tijera todo lo que le parecía que sobraba.
Su pulso estaba alterado, no podía ser que aquella criatura estuviera asi ante él. Desde el primer momento que la conoció había deseado encontrarse en una situación similar y sentir cerca de su boca aquel coñito precioso.
-
¿Qué te pasa? ¿No has tocado nunca el coño de una mujer? Acaba pronto que se enfriará la tortilla.
Acercó su cara al centro del universo que Rebeca le ponía ante si, y fue cortando hasta que creyó que era suficiente.
Rebeca cogió un espejo del bolsito y se lo dio para que le mostrara como iba quedando.
-
Bien, ahora, tienes que ponerme cera de ese tubo y cuando seque darás un tirón fuerte para arrancar la cera con los pelillos que hayan quedado. Pero ten cuidado, no me pongas cera dentro del coñito ni sobre el triangulo, sino me lo arrancaras también.
Alberto untó con una especie de espátula la cera en forma de pomada que salia del tubo, y cuando creyó que estaba suficientemente seca, dio un tirón arrancando crema y pelos.
Rebeca dio un grito.
-Cabrón, me has arrancado hasta la piel.
- ¿Si quieres lo dejamos? O mejor ¿Si quieres te lo hago con la cuchilla de afeitar?
- Si será mejor, porque sino me vas a irritar todo.
Alberto cogió del armario del Cuarto de baño un bote de espuma de afeitar. Antes de volver a la habitación, abrió la cremallera del pantalón, sacó el pene y lo metió debajo del grifo de agua fria del lavabo, intentando sofocar la calentura que estaba sufriendo. Pero era inútil, su miembro estaba erecto como un mástil.
Pensó en masturbarse para bajar la inflamación, pero escuchó la voz de Rebeca que le reclamaba.
-
Vamos, que se hace tarde, y no quiero pasarme toda la noche con las piernas abiertas.
Se acercó de nuevo, y pudo sentir un olor especial que salía de la vagina de la joven. Eso le excitó todavía mas.
Apretó la cabeza del bote de espuma y salió una porción sobre su mano. Enjabonó cuidadosamente los alrededores de la vagina y del triangulito poblado de pelitos. Su mano pasó suavemente sobre el interior de aquellos hermosos muslos, y vió como Rebeca retorcía su cuerpo a medida que la mano extendía la pasta.
Con la cuchilla de afeitar, comenzó a rasurar la zona. Cuando la parte derecha de lo que Alberto veia, estuvo completamente rasurada, con una toalla retiró los restos de espuma y cuando iba a seguir con la parte izquierda, vió como la mano de rebeca se posaba sobre su vagína y comenzaba a tocar la zona de su clítoris.
Alberto estaba sorprendido, no era capaz de articular palabra ni de hacer gestos.
-
Me has excitado al tocarme, ahora necesito que mi cuerpo se desahogue.
Me gustaría que fueras tu quien me tocara.
Alberto no sabía que hacer. Con la toalla limpió la espuma que cubria una parte del interior del muslo de la joven, y seguidamente dirigió su boca hacia aquel lugar tan deseado.
El cuerpo de Rebeca se envaró, apoyó los pies en la cama y levantó su cuerpo para que la lengua de Alberto pudiera llegar mejor a sus entrañas.
Las piernas estaban muy abiertas, a pesar de eso, Alberto colocó sus manos en la zona donde momentos antes estaba la espuma de afeitar, y su lengua saboreó aquel precioso coñito que se abría ante él.
En pocos segundos noto los primeros espasmos de la mujer que empezaba a tener su primer orgasmo.
Rebeca jadeaba y gritaba.
-Me estas volviendo loca, oh, cuanto necesitaba que me comieras asi, sigue sigue, ya he tenido un orgasmo, pero quiero correrme mas, muchas veces mas.
La lengua del hombre se centró entonces en el clítoris de la joven. Lo tenía crecido, como un pequeño pene que estuviera deseando escupir semen igual que el suyo.
Las manos de Alberto acariciaban los pechos y con dos de sus dedos pellizcaba suavemente los pezones. Mientras, Rebeca con sus manos apretaba la cabeza del hombre contra su coño, intentando que entrara su nariz y su lengua en el interior de sus entrañas.
-Me estoy corriendo otra vez, esto es una locura, no te pares, sigue asi, no me dejes ahora, después si quieres te comeré tu poya, pero ahora sigue como estas, mete bien la lengua dentro de mi.
Una de las manos de Alberto sustituyó a su boca. Metió dos de sus dedos en el coñito de Rebeca, mientras su lengua se paseaba por el culito de la joven, dando lametones arriba y abajo, y jugueteando con el agujerito de su ano, intentando entrar en él.
-
Otra vez, otra vez, me estoy corriendo otra vez, no paro de correrme, me voy a deshacer por dentro, esto es una locura.
La boca volvió a colocarse sobre el coñito y la lengua se llenó de liquido que salia del interior de Rebeca.
A pesar de lo abultado de su vientre, se retorcía como una serpiente, intentando hacer hueco para que la lengua del hombre entrara mas adentro de su cuerpo.
- No se cuantos orgasmos he tenido, ven, quiero que tu disfrutes tambien.
Cogía la cabeza del hombre y le obligó a subirla hasta su pecho.
Alberto besó suavemente aquellos hermosos pechos que tanto había deseado y se tumbó boca arriba en la cama.
Rebeca se montó a horcajadas sobre la cabeza del hombre, mirando hacia los pies.
Cuando Alberto estuvo bien colocado con su lengua dentro del coño, ella empezó a mover su cuerpo, rotando y haciendo que la lengua y los labios del hombre recorrieran bien todo el interior de su vagína.
Asi, sentada, volvió a sentir un nuevo orgasmo, y se dejó caer hacia delante hasta quedar con su boca a la altura del pene masculino que intentaba salir de su encierro.
Bajó la cremallera, sacó el pene y sin dudarlo lo metió en su boca saboreándolo como si fuera una golosina.
Lo sacó de la boca unos segundos y con la mano lo masturbó mientras decía.
-
Ahora quiero que mi hombrecito se corra conmigo, estoy a punto de correrme de nuevo y quiero que tu me des toda la leche que tienes aquí dentro.
Volvió a meterlo en su boca y se lo introdujo bien adentro, ansiando que el hombre descargara dentro de su boca, mientras ella sentia un nuevo orgasmo.
Ocurrió a los pocos segundos, ella comenzó a retorcerse de placer, mientras la poya de Alberto comenzaba a escupir semen que entraba directamente en la garganta de la joven que se lo tragaba.
Durante unos segundos, sus cuerpos en tensión por el orgasmo, empezaron a relajarse, y Rebeca cayó desmadejada tumbada boca arriba en la cama.
El rostro de Rebeca estaba radiante de felicidad.
-Nunca me había sentido tan bien, ha sido maravilloso, pero hoy ya no tengo ganas de que sigas arreglándome mi vello púbico, así que tendremos que dejarlo para mañana.
Mientras escribía, lo que recordó del sueño, Alberto notó que su pene estaba a punto de estallar, y mientras acababa vió como en su pijama se formaba una enorme mancha de semen, produciéndole un ligero dolor en los testículos.
Pensó en lo que había soñado y en lo hermoso que hubiera sido que hubiera posibilidad de que tal sueño se convirtiera en realidad. Aunque las posibilidades eran en un 99 por ciento imposibles.
Pensó en como conoció a Rebeca y el porque de su amistad.
Rebeca era una preciosa criatura que por circunstancias muy especiales de su vida y por su condición de Comandante, se encontraba sola en aquel Cuartel de Cerro Muriano separada de su familia.
Su ascenso a Comandante la habían llevado a aquel lugar seco y caluroso, aislado del mundo.Tenía pocos tratos con sus compañeros, desde el día que llegó conoció a Alberto, responsable de la Cafetería donde desayunaba todas las mañanas y con el que había charlado cada día sobre sus cosas, convirtiéndose en su cómplice, confesor, asesor y sobre todo amigo.
Alberto era 20 años mayor que ella, pero eso no impidió que se entendieran como si no existiera entre ellos diferencias entre una madurez serena y una insultante juventud.
Alberto bromeaba continuamente, la piropeaba cuando la veía de uniforme o de civil, siempre le parecía guapa, y ella reía sus bromas y no se sentía ofendida por sus palabras, muchas veces demasiado subidas de tono.
Los dos casados, y teóricamente felices en sus matrimonios, siempre bromeaban que era una pena que no se hubieran conocido antes, ya que hubiera sido muy fácil que se enamoraran.
La verdad es que Alberto jamás intentaría hacer lo que disfrutó en su sueño. Su respeto hacia Rebeca era lo mas importante en su vida, y sus juegos amorosos debían concretarse a un beso en la mejilla o en la preciosa y simpática nariz mediterránea de Rebeca.