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capitulo uno

Las Aventuras de la Teniente Rebeca

 

 

Capítulo primero

 

 

 

Recordais……soy Rebeca, la rebelde, la atrevida, la golfilla para algunos y la borde e inconstante para muchos.

 

Acababa de cumplir los 19, y mi padre me “recomendó” que fuera a trabajar a la imprenta de su amigo Alberto los cuatro meses que faltaban para ir a la Academia General Militar de Zaragoza. Ya había pasado todos los exámenes y me habían aceptado.

Me iba a chafar el verano, pero necesitaba algo de dinero.

Nunca había trabajado, solamente me había preocupado de estudiar y tener buenas notas para que mis padres no me dieran la vara.

Aquel 1 de junio hacía un calor insoportable en Barcelona, era un calor de bochorno, pegajoso. A pesar de ser las 8 de la mañana, y hacía media hora que me había duchado, sentí humedad en mi cuerpo. Mi cabello, muy corto dejaba al descubierto mi cuello y mi nuca y eso limitaba el sudor en mi cabeza.

El metro iba bastante lleno, y me quedé en medio del vagón cogida a una de esas barras verticales que te dejan un olor mezcla de metal y sudor que te obligan a lavarte las manos dos o tres veces hasta que notas que ese olor ha desaparecido por completo.

Hacía mucho tiempo que no viajaba en un metro tan cargado de gente, y  sentí, los tocamientos que había oído comentar a mis amigas.

Un hombre de unos 40 años, con un maletín en una mano, acercaba descaradamente su trasero a la parte delantera de mis muslos. Y por detrás, un jovencito de unos 15 años me tocaba el culo con el reverso de su mano que apoyaba cada vez con más fuerza en mis nalgas.

Me giré como pude, pero era imposible evitar sus tocamientos. Poco a poco, a medida que la gente salía del vagón y entraba otra, me fui desplazando y conseguí apoyar mi espalda en la puerta contraria a la que se abría, y con mi mano por delante, conseguía mantener a raya a los sobadores.

Mi falda gris perla de seda muy brillante, era muy corta, apenas 40 centímetros en mis largas piernas, que acababan en zapatos tipo sandalia con tacón, aumentaban mi estatura, haciendo que llegara a sobrepasar 1,85. Soy delgada, relativamente, peso 72 kilos y mido descalza 1,78. Mi pelo es rubio y mis ojos verde claro.

No llevo sujetador, y la blusa blanca estaba abierta hasta el tercer botón, cerré los ojos unos segundos, y al abrirlos de nuevo, me encontré con la cara de una mujer de unos 30 años que devoraba mis pechos con su mirada y acercaba su nariz a mí, oliéndome.

Pensé……..”menudo día me espera” y moví la tela de la solapa de la blusa en un fallido intento de ocultar mis pechos, “menos mal que ya solo me faltan dos paradas para llegar a Joanic”

A estas horas de la mañana, mucha gente parece estar muy excitada, hay carreras por los andenes del metro y algunos suben las escaleras fijas a una velocidad desorbitada, pretendiendo recuperar unos segundos del tiempo que han aguantado en la cama antes de levantarse.

Al salir de la estación de metro, se siente una bocanada de aire caliente que te hace sentir mejor que el aire metálico-sudoroso que respiras entre los pasajeros.

Camino indecisa, no se donde está la calle Ramón y Cajal, y le pregunto al Quiosquero.

El tipo, con unas enormes barbas y ojos saltones, me mira de arriba abajo haciéndome un riguroso reconocimiento interior, y me indica la segunda bocacalle a la izquierda.

Dos niñatos del instituto me dicen cosas que me hacen enrojecer, siento que todos los degenerados han salido a la calle a la misma hora.

Son las 8,20 y me da tiempo a tomar un café, entro en una granja, el camarero es  un tío muy majete, se llama Fermín. En un minuto, además de servirme el cortado que le pedí, me ha hecho tres preguntas.

“Eres de la calle? No te había visto nunca”

“quieres sentarte en una mesa y te llevo allí el café?”

“Quieres una pastita?”

Digo no a las tres preguntas. Permanezco de pie en la barra, el cortado esta buenisimo, me gusta la espuma que se forma al poner la leche bien caliente.

Entra un hombre de unos 40 años, pide un café y reconozco la voz de Alberto, el amigo de mi padre y que desde hoy, será mi “jefe”

Al verme, queda dudando, hace un año que no me ve y no me reconoce al principio.

¿Rebeca?

Asiento con la cabeza.

Alberto me mira de arriba abajo. “Hacía tiempo que no te veía, estas hecha una mujer”. Me besa en las mejillas.

Fermín no deja de mirarnos, sonriente. Nos invita a los cafés, dice “hoy invito yo porque el ver una niña tan linda me ha alegrado la mañana”

En los cuatro meses que durará mi contrato de trabajo, Fermín y yo seremos muy buenos amigos. La imprenta Iñarrea está justo delante de la Granja.

Es un edificio antiguo, en la fachada hay una placa de hierro en la que se lee 1.903. Tiene dos plantas, en el bajo están los talleres de impresión donde trabajan 6 operarios, subimos por unas amplias escaleras, con unos escalones muy anchos y profundos, hasta la planta superior, donde se encuentra el despacho del jefe, una salita de espera con una mesa ovalada y seis sillas, un departamento de edición con dos ordenadores y una gran mesa de trabajo inclinada, una especie de archivo-almacén con estanterías, archivadores y cajas apiladas, y mi oficina.

No es muy grande, pero es confortable y muy iluminada. Tiene una ventana enorme con marcos de aluminio color madera y con doble acristalamiento para evitar los ruidos de la calle.

Una gran mesa de trabajo color crema, que en su parte derecha finaliza en una semicircunferencia, y en el lateral izquierdo una mesa de ordenador, con un enorme monitor de 17 pulgadas, con un enorme fondo que llega a la pared, la cpu es de aluminio, se nota que se han preocupado de gastar dinero en el material.

Dos armarios en la pared de mi derecha del mismo color que la mesa, un sillón azul oscuro, giratorio, con posabrazos también azules, que todavía tiene unos plásticos protectores en la tela.

Un paragüero, un perchero de madera negra con cuatro brazos en la parte superior formando unos arcos muy originales y una planta de un metro de alto, con hojas verde oscuro y flores en forma de tubo blancas.

Desde la ventana, veo la calle, y en la acera de enfrente la Granja de Fermín.

Alberto me explica que la última secretaria que trabajó allí, había quedado embarazada y dejó la empresa, y que en los últimos dos meses, él se había encargado de llevar la oficina, lo que suponía que todo estaba muy abandonado.

Había comprado el sillón y la planta el día anterior.

Le agradecí con una tímida sonrisa sus atenciones y escuché atentamente todas las explicaciones que me dio sobre el trabajo que debía desarrollar en los próximos cuatro meses.

Alberto tiene unos ojos azul claro que me hipnotizaban y obligaban a permanecer atenta.

Tiene 40 años, es un poco mas bajo que yo con los tacones, pero si me descalzo, me sobrepasa unos centímetros. Moreno de pelo y piel, tiene entradas y algunas canas en sus sienes. No va al gimnasio, pero no tiene barriga y se le nota fuerte y musculoso.

Divorciado desde hace dos años. Sorprendió a su ex, acostada con el que era su socio. No tiene hijos, tiene un piso en la misma calle de la imprenta, y una afición, el tiro olímpico,  por eso es tan amigo de mi padre, los dos practican el tiro en el mismo club.

Conocí a su esposa, Nuria, en una fiesta del club de tiro. Muy guapa, casi tan alta como yo, rubia, con ojos azules, parecía rusa. La recuerdo con el pelo largo y recogido en un moño, estaba muy elegante con un vestido largo de raso azul marino. A los dos meses de aquella fiesta se separaron. Alberto, tuvo que pedir un crédito al banco para darle a su socio la mitad del valor de la sociedad, y ella, quería quedarse con la mitad de lo que le quedaba, al final, los abogados llegaron a un acuerdo, y además del piso de la calle Marina y un apartamento que tenían en Vilanova, le tendrá que dar una paga mensual durante 20 años, al principio de 1.200 euros mensuales, incrementando cada año el ipc.

Hace un año, volví a ver a Alberto, y me pareció que la separación le había afectado, estaba más delgado y se le notaba un tanto decaído.

Mientras me explicaba mis obligaciones, los dos sentados en su despacho en un sillón de piel negra, entró uno de los empleados vestido con bata blanca. Me lo presentó como Joaquín, el editor, de unos 30 años, rubio, cabello alborotado y despeinado, con unas gafitas de empollón. Se quedó mirando mis piernas y no era capaz de retirar la vista, hasta que Alberto le entregó un folio y salió tartamudeando un saludo, entrando en el despacho de al lado.

.- No estamos acostumbrados a ver mujeres como tu en esta empresa, así que te pido nos disculpes si te miramos mas de lo debido.

Las horas se pasaron volando, ya era la una y la imprenta se cerraba para la hora de la comida hasta las dos y media, en ese tiempo tenía el tiempo muy justo para ir a casa y volver, y no me apetecía pasar el calor y el sobeo del metro. Decidí quedarme en la zona y comer una ensalada en algún restaurante cercano.

Alberto me despidió desde su despacho cuando me vio salir. Fui hasta la granja y le pregunté a Fermín donde podía comer algo fresco.

.- Aquí, conmigo, mi mujer ha hecho paella de verduras y pollo, y si quieres, puedes comer aquí todos los días que quieras, te cobraré 3 euros por la comida, la bebida y el café, así te sentirás mejor.

Me cayó bien aquel tipo desde el momento que le vi, se le notaba abierto, sincero, inspiraba confianza.

Acepté, no tenía ganas de caminar, así podría  volver a la oficina pronto.

 

Cuando llegué a casa a las 7 de la tarde, mis padres se interesaron de cómo me había ido en mi primer día, y en especial, se interesaron por el comportamiento de Alberto hacia mí.

 

Pasó la primera quincena, el trabajo era muy ameno y me encontraba muy protegida y respetada por todos.

A veces, quedaba hasta más tarde para finalizar algunos presupuestos y facturas. No me importaba hacer alguna hora mas de trabajo, sin importarme si me las pagarían o no.

Alberto sonreía cuando me veía trabajando hasta tarde, pero no me decía nada.

El último día del mes, me entregó un recibo del ingreso que había hecho a mi cuenta corriente en el banco, por 1.300 euros.

.- Mi padre me había dicho que mi sueldo sería de mil euros.

.- Si, pero creo que mereces mas, y quiero pedirte un favor, el próximo día 4 cumpliré 41 años y me gustaría que me ayudaras a organizar un aperitivo para los empleados y cinco o seis amigos que vendrán a verme.

El lunes, cuando salí de la oficina, fui hasta el Corte Inglés y compré un bolígrafo Mont-Blanc y lo grabé con su nombre, me costó 150 euros pero valía la pena.

Al día siguiente, ayudada por Fermín, preparé un  aperitivo de canapés, pastas y cava Gramona. Encargué esa marca porque Fermín dijo que era la mejor.

A las 12,30, vinieron dos matrimonios amigos de Alberto y la abogada de la empresa.

Me sentí un poco extraña cuando Sonia abrazó y besó a Alberto. Le regaló un maletín de piel, y los otros amigos le regalaron un estuche con útiles de limpieza para las armas y un abono para la temporada de Opera del Liceo.

No me atreví a darle mi regalo, me sentía un poco ridícula y con una extraña sensación al notar la presencia de la abogada que de forma descarada manoseaba y atraía la atención de Alberto. Era una mujer de unos 35 años, mucho más baja que yo, delgada y pizpireta,  rubia, vestida, con falda y blusa de Armani, muy escotada.

A las 2 se fueron todos, menos la abogada que insistía en invitarle a comer.

.- Hoy no puedo, tengo un compromiso inexcusable.

Fermín y yo limpiábamos los restos y recogíamos las botellas y vasos, cuando Alberto me llamó a su despacho.

Antes, fui a mi oficina, recogí el pequeño paquete de mi regalo, y al entrar lo puse sobre su mesa.

Alberto, muy serio, abrió el pequeño paquete, cogió el bolígrafo y lo puso en el bolsillo interior de su americana.

.- Gracias, lo llevaré siempre conmigo, pero…..el mayor regalo que podría recibir hoy, es que aceptaras comer conmigo.

Bajé la vista, me sentí nerviosa sin saber el motivo.

Acepté. Fuimos a comer al Restaurante Salamanca, en la Barceloneta.

Le conocían los camareros y el dueño, un tal Silvestre que había sido Policía. Me presentó como su colaboradora.

Una camarera nos llevó hasta la primera planta, y nos puso en una mesa al lado de un enrome ventanal que nos permitía ver toda la playa hasta el rompeolas por un  lado y las torres Mapfre por el otro.

Comimos necoras y navajas gallegas, gambas rojas de Palamós,  pulpo a la gallega, bebimos vino albariño, cava, de postre filloas y un chupito de orujo de hierbas.

Charlamos de cómo le iba su vida desde que tuvo los problemas con su esposa y su socio, de cómo había tenido que recuperarse económicamente y yo le hablé de mi futura entrada en la Academia General Militar en Zaragoza para seguir la tradición familiar.

Charlamos como dos amigos de toda la vida, sin que se apreciara la diferencia de edad entre nosotros, él parecía más joven de lo que era, y yo soy muy madura para mi edad.

Cuando nos levantamos, eran más de las 6 de la tarde, el tiempo había pasado sin sentir.

 

Al día siguiente, al tomar café en la granja, Fermín me preguntó como nos había ido la tarde.

.- Te veo contenta, y a Alberto también. Me alegro por vosotros.

Me reí, sin creer lo que estaba oyendo.

.- Alberto es mi jefe, y por poco tiempo.

 

Aquel fin de semana, no salí de casa, estuve tumbada la mayoría del tiempo, no tenía ganas de hacer nada.

El lunes, me puse un pantalón pirata blanco, que transparentaba un tanga también blanco, una camiseta de asas negra y unas sandalias sin tacón. Unas gafas de sol grandes ocultaban mis ojos cansados.

Al llegar a la Oficina, vi sentada en el sofá del despacho de Alberto a Sonia, la abogada.

.- Oye niña, ¿sabes donde está tu jefe? Hace media hora que le espero y ya me duele el culo de estar sentada.

.- Lo siento, no se que le haya podido ocurrir, normalmente llega a las 8. Pero a veces toma un café antes de subir.

.- ¿Dónde toma café?

Aquella mujer me ponía nerviosa, era prepotente y maleducada, y me hablaba de forma despectiva como si ella tuviera mando sobre mí.

Mi teléfono móvil comenzó a tintinear y sonó la absurda musiquilla tipo samba, que a pesar de haberla elegido yo, aborrecía con toda la fuerza de mi ser.

            .- Baja a tomar un café conmigo, estoy en la Granja de Fermín.

            .- Ahora mismo bajo.

            .- Disculpe, me llama un cliente que tiene que recoger un encargo.

   No le dije nada de que era Alberto el que me llamaba. Aquella borde merecía esperar un rato mas.

   Bajé las escaleras corriendo y crucé la calle a toda prisa.

   .- Sonia está en tu despacho esperándote hace mas de media hora, no le he dicho nada de que estas aquí.

   .- Que espere, así se le calmará la mala leche que tiene.

   Me miró de arriba abajo. Y sonrió complacido de lo que veía.

   .- El viernes estrenan La Traviata en el Liceo, viene Placido Domingo ¿Me harías el honor de acompañarme?

   .- Nunca he ido a la Opera, y no se si me gustará, pero me gustaría ver el Liceo y el ambiente que se respira dentro.

   .- Seguro que te gustará.

   .- Pero…….no creo que tenga ropa apropiada para asistir a un estreno.

   .- Basta de excusas,  ahora mismo aviso a Joaquín que atienda al teléfono y nosotros dos nos vamos de compras.

   .- Pero, Sonia te está esperando.

   .- Déjala, así aprenderá a avisar antes de venir.

  

   Fuimos en metro hasta el Paseo de Grácia, y entramos en la tienda de Vogue.

   Probé un vestido largo, de alpaca con ligeros jaspeados color granate. No tenía mangas ni tiras en los hombros, pero se ajustaba en mi talle de tal forma que no necesitaba sujeciones. Mis hombros y brazos quedaban completamente desnudos.

   Mis sandalias eran sin tacón y se notaba falto de elegancia.

   La encargada me preguntó el número de calzado que usaba, y pocos minutos después trajo unos zapatos con tacón muy alto, de tela granate y unas tiras que rodeaban mis tobillos.

   Alberto me contemplaba boquiabierto.

   .- Pareces una princesa de cuento de hadas.

   .- Creo que esto es demasiado.

   .- ¿Quieres que lo lleven a tu casa?

   .- No, prefiero llevarlo yo misma.

   Salimos de la tienda, yo con una gran bolsa en mi mano y caminamos hasta una tienda de lencería en la misma calle.

   Compré un conjunto de seda granate, muy brillante, el sujetador con un pequeño y fino encaje en la parte superior, sin tiras en los hombros, solamente con sujeción a la espalda. Una braguita francesa completamente lisa, unas ligas y medias hasta el muslo, también granates.

   .- Puff……. Me va a costar trabajo poner el sujetador, nunca he usado.

   .- Realzará tu figura.

   Ya eran mas de las doce y media, fuimos a tomar un negroni y un aperitivo a la cafetería del Corte Inglés. Cuando llegamos a la Imprenta eran las dos de la tarde.

   Joaquín salía cuando llegamos.

   .- La abogada se ha marchado a las 10, iba como una fiera y me dijo que la llamaras urgente.

  

   Alberto me dijo que pasaría a recogerme a mi casa a las 7 de la tarde. La Opera comenzaba a las 8, pero había que llegar temprano para poder contemplar el espectáculo de la entrada.

   Fue puntual, llegó en un taxi, vestía un smokin negro con solapas y lazo de raso.

   Beso mi mano cuando me acerqué, y al sentarnos en los asientos traseros del taxi, acercó su mano a mis orejas y soltó los pendientes de plata oscura que llevaba, y me pidió que pusiera los que llevaba en un pequeño estuche.

   Eran unos pendientes de granates checos montados en oro. Formando dos tiras de 9 granates, que llegaban desde el lóbulo hasta la mitad de mi largo cuello.

   Cuando los tenía puestos, Alberto sacó de su bolsillo una gargantilla de oro con pequeños granates.

   Estaba asustada, aquello era demasiado hermoso para ser cierto.

   De una bolsa, salió un echarpe de pashmina muy fina, negra, que Alberto colocó sobre mis hombros desnudos.

   .- El sujetador te sienta muy bien.

   Nuestra llegada al Liceo fue inolvidable.

   Las mujeres aprovechaban el día de estreno para lucir sus mejores ropas y joyas.

   En la subida por las escaleras alfombradas, sentí la necesidad de coger a Alberto del brazo y apoyarme en él, de esa forma me sentí mas protegida.

   El ambiente era extraño para mi, a pesar de que estaba lleno, apenas se podían escuchar los murmullos de la gente.

   El colorido era fantástico,  hacía juego con la fastuosidad del Gran Teatro.

   Me sorprendió el techo con la gran lámpara.

   Los anfiteatros y palcos con sus asientos tapizados en rojo.

   Un acomodador nos dirigió a nuestros asientos en la fila 6 centrales.

Yo no podía dejar de mirar atrás, arriba, a los lados. Me sentía feliz.

Sonó un timbre.

La voz de una mujer anunció, “Señoras y Señores, dentro de cinco minutos comenzará la función, rogamos ocupen sus butacas. Una vez iniciada la función, no se permitirá la entrada a la sala”

Pocos minutos después, comenzó la obra.

Aunque en la parte superior del escenario, se podía leer el texto en castellano de lo que cantaban, no era necesario leer, se entendía perfectamente el significado de lo que cantaban en italiano.

Mis ojos se humedecieron cuando Margarita Gautier muere, victima de tuberculosis en los brazos de su amor imposible.

Alberto me dio su pañuelo, lo pasé por mis ojos, y cuando se lo devolví, pude ver como besaba la tela humedecida.

Al finalizar, aplaudí muchos minutos, como todos los demás espectadores.

Estaba emocionada, nunca había imaginado que una opera podría impactarme de aquella manera.

Eran más de las 11 de la noche, fuimos en un taxi hasta la Barceloneta a cenar al Restaurante Salamanca, y nos sentamos en el mismo lugar que el día del cumpleaños de Alberto.

La luna estaba casi llena y nos vigilaba desde lo alto.

Dos candelabros en la mesa anunciaban una cena romántica.

Cenamos cocochas de merluza con espárragos verdes y unos palitos de santo deliciosos.

Bebimos cava, y mi cabeza notó los efectos de las burbujas.

Comentamos la representación del Liceo y me mostré agradecida por haberme permitido presenciar tan hermoso espectáculo.

.- Ha sido algo magnífico, nunca había sentido una sensación igual al escuchar las voces de unos cantantes. Nunca lo podré olvidar, y siempre que pueda iré a ver una Opera.

.- Para mi, la sensación ha sido doblemente placentera, al tenerte a mi lado.

Tomamos café y al salir le dije a Alberto que necesitaba pasear un poco, mi cabeza estaba un poco embotada.

Me senté en un pequeño muro de la playa y solté las tiras de mis zapatos, Alberto también se quitó los suyos y paseamos descalzos por la arena.

Nos acercamos a la orilla, y sentimos el roce de la espuma blanca que hacía cosquillas en nuestros pies. Nuestras manos se rozaron, y yo, cogí la mano de Alberto.

Caminamos hasta el final de la escollera, donde cuatro palmeras se erigían cimbreantes en la misma arena.

Nos sentamos en la arena, y a pesar del cuidado que había tenido en todo el día de mantener mi vestido sin arrugas, en aquel momento ya no me importó.

Me tumbé boca abajo en la arena, sintiendo como la ligera brisa me rozaba la espalda.

Alberto se inclinó sobre mi y me besó en la nuca. Sentí un escalofrió que recorrió toda mi espalda.

Noté como sus labios bajaban por mi espalda hasta llegar a la altura de mi 2ª vértebra lumbar, y ahora, fue él el que sintió un escalofrío.

La falda del vestido era amplia, y se había subido hasta mis rodillas.

Sentí sus labios en la parte trasera de mis rodillas, en mis pantorrillas, besó los talones de mis pies, cada uno de mis dedos.

Me reí al sentir cosquillas.

Rodeó mis piernas con sus brazos y volteó mi cuerpo.

Quedé boca arriba, contemplando a la risueña luna.

Besó mis tobillos, mis rodillas, mis muslos a través de la suave tela de mi vestido.

Noté sus labios apoyados en el pequeño dibujo de vello que coronaba mi pubis.

Beso mi vientre, mi estómago. Sus labios pasaron por medio de mis pechos y llegó a mi cuello, que mordió dulcemente.

Besó mis ojos cerrados, mi nariz, mi mentón.

Yo tenía mis labios separados, ansiando que los besara. Sentí como sus dientes mordían suave mi labio superior, y deseé morder su boca y apretar mis labios a los suyos, pero me encontraba sin fuerzas, esperando y deseando  que continuara.

Besó mis hombros desnudos, mis brazos, mis manos.

Todo era como un ritual, muy agradable y dulce.

Una de sus manos, bajó la tela del escote de mi vestido y el sujetador granate que había puesto por primera vez

Mi pecho quedó desnudo, y sus labios besaron mi rosado y excitado pezón.

Mi cuerpo se envaró, y elevé mi busto para sentir con mas fuerza sus besos en mi pecho.

Bajó con sus labios por mi vientre, y yo, separé mis piernas, haciendo que mi vestido resbalara por mis muslos hacia mi cintura, dejándolos al descubierto.

Los labios de Alberto se posaron sobre mis muslos desnudos. Bajó un poco mi braguita y besó el dibujo en forma de triángulo invertido de mi vello púbico que tanto trabajo me daba  depilar para ajustarse a la forma de mi bikini.

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